miércoles, 25 de marzo de 2015

Crónicas de una Cazurra en Roma.



Fui a Roma, con mi nieta y con mi hija, y vine contenta, contenta y dolorida de los pies.
Que ¿por qué? Ya me dijeron que fuese con zapato cómodo porque hay mucho que ver y se va andando la mayor parte del tiempo. ¡Oigan! Me creía que estaba en Salamanca por la cantidad de iglesias, monumentos y edificios ornamentados románicos. ¡Qué bonito todo!
El dolor de pies era porque las calles estaban empedradas, nada que ver con las de Ciudad Rodrigo, las calles mirobrigenses tienen mejor empedrado, más limpio, más clarito, más grande, ¡dónde va a parar!, “amos anda”, la tierra charra es más fina y más elegante hasta en el suelo. Pues como iba diciendo del dolor de pies, el empedrado, es muy irregular, para empezar son piedras pequeñas, como de 10cm x 10cm y encima separadas unas de otras como 1,5cm, o sea que olvídate de tacón, y encima no están igualados, cuando por un lado se elevan las piedras por otro están hundidas, vas andando como si fueses coja, bueno al final cojeas de verdad porque te tuerces los tobillos al andar, así te pongas zapatillas de esparto.
Me alojé en la zona de Trastevere, (lo he dicho bien) una zona típica de allí, no sé por qué se me metió en la cabeza que se llamaba Piccadilly, mi hija me reñía diciendo que Piccadilly está en Londres, que eso era Trastevere, Trastevere, de eso lo aprendí.
¡Bonita es un rato Roma!
La Fontana... –Pssssss-¬‐, la Fontana te la encuentras de repente, no te la esperas, me dice: Ahora vamos a entrar a la plaza de la Fontana de Trevi... Y entras, vamos que te la encuentras de sopetón, el frontón de la iglesia de La Fuente de San Esteban es más grande que la fuente de Trevi, hasta la plaza es más grande la de Fuentes. Yo casi no la vi la Fontana, la verdad, andaban de obras y estaba enterrada en andamios. ¡Ah! Agua no tenía tampoco, aunque le tiraba monedas igualmente. Yo les decía a la gente: “No echéis más monedas que no van a terminar de limpiarla nunca, y a esto tendrán que ponerle el agua limpia, digo yo”. Ni caso, como si no me entendieran.
Fui a ver el Coliseo, ¡impresionante! ya sé que le falta la mitad por la erosión del tiempo, ya, pero es igual de bonito, además que casi no te das cuenta de lo roto que esta, como no paran de venderte artilugios los indios, porque eso sí, indios hay más que italianos, te venden de todo, “dos euros, un euro” “compra, compra”, te lo meten a la fuerza, será que por eso que casi ni lo ves bien y estas deseando de salir de allí. Me cogí mi table y lo busque por internet, pude verlo por dentro, por arriba, por debajo, en 3D, así no espere colas para entrar y no aguante a los vendedores. Si es que si no lo haces así aprendes italiano con acento hindi.
El edificio de las Cortes... la plaza Venecia... qué bonito todo, aunque haya escaleras, que haberlas hailas, no te dejan sentarte a descansar, enseguida llega un señor serio con uniforme y te silba con el silbato y con la mano te da indicaciones de levantarte, no se lo curra mucho el hombre para hablar idiomas, el de signos lo domina bien. Ahora que lo mejor de lo mejor las pizzas, nada que ver con las que comemos aquí, nada de nada, tres días a pizzas, y si me hubiese quedado una semana... A pizzas también. El “cafelate” (cafelito en andaluz) con tres dedos de espuma, ¡que rico!
En lo que fallan es que no tienen ni pasteles ni bollería sin azúcar, o desayunas bocadillo salado o te pones de azúcar hasta arriba, una servidora que es golosa y con diabetes, “dita sea”, ¡oigan! pastelerías y cafeterías inundadas de pasteles por todos lados, yo pique más de un día, menos mal las “pechas” de andar, que digo yo que se compensaría.
Una cosa que no se me olvide, en el Coliseo ¡no te saques fotos con los romanos! Los romanos que visten de pecho-¬‐lata y faldita corta con el escobón en la cabeza, esos, si, los de tiempos de Jesucristo, te dicen que les saques foto, te obligan a arrimarte, y cuando le das al “clic” te ponen la mano, ¡10 euros! ¿Cómo? Que 10 euros por sacar la foto me dice el barrendero mentalizado, que eso es otra, mira que ponerle un escobón en la cabeza, algún gobernante tacaño que lo invento para que barriesen las telarañas al pasar por debajo, en fin, a lo que iba, que pagues 10 euros aunque sea tuya la cámara.
Bueno pues allí media hora discutiendo con el romano:
-¬‐ ¡Que sí, que 10 euros!
-¬‐ ¡Que no que yo no te pago!
-¬‐ ¡Que no haber sacado la foto!
-¬‐ ¡Que toma que ya la borro!
-¬‐ ¡Que no vale eso, que ya la has sacado!...
Bueno, bueno, corriendo me tuve que ir porque si me quedo ya venían más romanos y seguro que me detienen. ¡Qué mal rato!
Ten cuidado cuando sacas fotos que no todo son estatuas de piedra o mármol, algunas te ponen la mano para que pagues tres euros. ¡El susto que te dan!
Ya le tuve que decir a mi hija, que esa tiene idiomas y ha recorrido mucho mundo, que me avise antes de sacar foto, y encima va y me riñe porque no dejo de apuntar a todo.
¡Oigan! ¡700 fotos me traje! Y en dos días solamente, al final va a tener razón la niña.
Se preguntaran si fui al Vaticano, ¡pues claro!
¡Una cooola de geeente! ¡Una coooolaaaa! Aquello no era una cola, aquello era una riada humana. Al Papa no lo vi, por más que lo buscaba pero “na” no asomo ni a saludar. Yo me preguntaba, si me ponía a la cola, ¿en qué mes iba a llegar a la capilla Sixtina?. Ahora a los que si vi es a los Camarlengos, dio la casualidad de que hacían el cambio de guardia. “Pa ti y pa mi” el uniforme es menester cambiarlo, parecen el payaso de Micolor. En fin, allá ellos...
A lo que íbamos, si no es por mi hija todavía estoy en la cola, ¡no es lista “ni na”! Se fue para un indio bajito que llevaba una placa en el pecho colgando y le dijo algo en inglés, el indio la mando para un jamaicano de dos metros de alto, moreno con pelos rastas, y nos dijo que le siguiéramos, en castellano, eso sí lo entendí. A mí eso me daba mal rollo, ¿qué quieren que les diga?, sobre todo cuando nos sacaba de la plaza San Pedro. ¡Mira que le tengo advertido que no hable con extraños, y menos con pelos rastas!. ¿A que nos lleva a una esquina y nos vende algo? ¡Que yo no quiero líos! A ver si aparecen los del escobón y no salimos de Roma.
¡Qué majo el largo! ¡Y yo pensando mal! Nos metió por la puerta trasera sin esperar cola, nos puso una radio colgando y un auricular y nos puso una guía para que nos llevase por todo el Vaticano para que no nos perdiésemos. ¡Qué majo! Eso sí, nos cobró, que me enteré después, 50 euros a cada una, y encima la radio había que devolverla. Menos mal a que la guía nos llevaba, de tanta escultura por las paredes, de tanto mosaico por el suelo, de tanto tapiz colgado, y tanta pintura hasta en el techo, yo ya no sabía si iba o venia. ¡Cuánta gente había dentro! Yo me acordaba de los pobres de la cola. Eso sí, el Vaticano es un museo a lo bestia. ¡Menudas figuras masculinas más bien talladas, con su tableta de chocolate desde el pecho hasta el ombligo!.
Con los dibujos del techo, me refiero a los dibujos femeninos, se lucieron, o el Miguel Ángel ese no había visto nunca a una mujer desnuda o puso de modelo a sus amigotes para ahorrarse unas perras. ¡Madre mía! Que “musculacos” le pinto a las pobres mujeres, que caras de tío les puso, que brazos... Bueno lo de los brazos se puede entender, que antes no había lavadoras y si tenían que ir al río a lavar los pecho-¬‐latas... Pues con dos que llevarán a lavar no es de extrañar lo de sus brazos musculados. Lo de la cara... No eran agraciadas las pobres.
Bueno, que me gusto todo en general.
Cuando dejé el hotel para irme al aeropuerto hice un “sin pa” (sin pagar), en el hotel no, en el autobús que me monte para ir a la estación, y cuando iba a pagar a la conductora el trayecto, entre que no sabía cómo se dice y ella no me entendía y una mampara que la cubría toda... Pues eso, ¿a ver como pago yo?, menos mal que un hombre me dijo que no se paga con dinero, hay que comprar un billete en la estación. Me baje en la estación en busca de una máquina expendedora de billetes y va el autobús y se marcha... Yo salí en dirección contraria. Un “sin pa” en toda regla. ¡Ah! Se me olvidaba, era el segundo, el primero fue en el tranvía, que como la maquinita decía “fuori de servizio” pues eso que un “sin pa” en toda regla y con excusa. Eso sí lo entendí bien.
A quien no entendí fue a un indio que se me arrimó diciendo: “Informazioni, informacioni”, por más que le preguntaba que qué quería saber él no me respondía. Por señas me dijo, o yo le entendí, que si iba a volar, le dije que iba a coger un autocar primero para el aeropuerto. “Aeroporto, aeroporto si” va y me dice, y se pone a correr delante mía toda la estación de autobuses gritando aeroporto.
No sé... Debió de pensar que se me escapaba el autobús y quiso muy amablemente llevarme abriendo paso. Cuando me deja en un andén que pone aeropuerto me enseña en su mano monedas, chatarra, como pude que dije que ya tenía billete, el insistía en que monedas para él, yo por señas, esas que te pones los dedos índice y corazón entre la nariz, canina, tiesa, le decía yo, me entendió, y va y me enseña un billete de 20 euros, que acepta billetes. Money finito, dije yo, y se quedó conforme. Cuando se dio la media vuelta me despidió como los toreros, si hombre, como cuando los toreros rematan la faena con el estoque y el toro ya en el suelo va y levanta el brazo con fuerza como diciendo : Ahí queda eso. Pues así me hizo el indio, levantó el brazo dijo algo así como: ¡Vaffanculo!.
¿? Me quede pensando... No entendí... Recordé los consejos que mi madre decía: “Allí donde fueres haz lo que vieres”.
Como había sido tan amable el hombre, y aunque estaba ya lejos lo llamé a voces: ¡Signore, Signore! Y quise que viese que los españoles también somos amables, me despedí en su idioma:
“¡Ciao bello! ¡Vaffanculo!
Me fui pitando sin ver su reacción, que el autobús no espera ni el avión tampoco.
¡Roma es mucho Roma, señores, y hay que volver!