martes, 2 de febrero de 2010

UN VIEJO BAÚL



¡Cuántas cosas, entre tú y yo, se quedaron por decir!
¡Cuántas no te dije en su momento! Después... se me olvidó.
Tantas son las palabras que guardé y me han llegado a herir,
que ahora se amontonan en el fondo de un baúl que ya murió.

Me acostumbré a llamarte en silencio, a garabatear tu nombre en papeles,
a proferirte en mis adentros, a sonreír a solas entre tintas y borrones,
a palpar tus ausencias en la alcoba de mis recuerdos, a regar con lágrimas laureles,
pariendo estrofas, acariciando rimas, sangrando versos a borbotones.

Y en cada trazo de esta letra hay un recuerdo, alegre o triste, qué más da.
en cada punto de escritura una presencia de amor circular
un sólo cuerpo entre dos seres, da igual ya.

En cada coma hay suspiros, un lamento en cada línea, un eterno recordar,
escondidos en el baúl empolvado, los sentimientos, van al fondo del desván,
y en cada surco de estos versos va el amor que no se pudo rescatar.

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A menudo me pregunto qué habría sido de aquél baúl extraviado,
de haberlo extraído del olvido y desempolvado,
de haberlo remozado, si tendría hoy algún valor.

Algunas chapas oxidadas habría que cambiar,
sujetar algún clavo, limar asperezas y abrillantar,
abrir las cerraduras atascadas y poner manillas en buen estado.

A menudo me pregunto si tanta dedicación lo merece,
si tanto esfuerzo gastaríamos tú y yo, si el amor regándolo reverdece.
A menudo me lamento de haber perdido aquél baúl del pasado.

ENVIDIOSA DE TU SER


Envidio del río sus aguas
caprichosas enaguas
que ciñen todo tu ser.

Envidio al sol de atardecer,
brasa ardiente, que en placer
osa abrigar tu cuerpo.

Envidio al aire y a la brisa
que se cuela en tu sonrisa
en tu pecho y en tu piel.

Envidio las colinas y las lomas
que perfuman de aromas
a madera cada rizo de tus cabellos.

Envidio de la quimera que persigo
el duende de soñar contigo
y descansar en tu regazo.

Envidio de la sombra tu pisada
sombra cruel enamorada
que tu paso no abandona.

Envidio la flor arrancada
por tus dedos, instalada
en el ojal de tu pecho.

Envidio del ruiseñor su trino,
que robó el muy ladino
tu suspiro y tu atención.

Envidio a estrellas y luceros
que atesoran tus deseos
sin dejarlos escapar.

Envidio los secretos de tu alcoba
de la sábana que me roba
el poderte acariciar.

Envidio, del armario, su espejo,
que guarda bajo llave tu reflejo
con total impunidad.

Envidio de mi mente y mi pecho
el suave nido, dulce lecho,
que procesa para retenerte.

Envidio el capricho de mi ser
el fuerte amor y padecer
de no esconderte en mis entrañas.