jueves, 4 de agosto de 2016

EL ATAÚD.

EL ATAÚD.
Este relato no va de muertos, si no de vivos, que son los que más miedo dan; Por si esperaban una historia macabra, que uno se hace ilusiones y al final se desilusiona por no aparecer el inquilino del ataúd.
Verán, corrían los años 50, más o menos, por La Fuente de San Esteban, donde las jóvenes casaderas o recién casadas, acudían a aprender a coser, o ya cosían para otros, era una manera de ganar unas perras para casa, no daban mucho, pero perra gorda o chica que entraba en casa bienvenida era. En la Sección Femenina, que era una asociación creada para las mujeres amas de casa, o futuras amas de casa, se podía aprender la costura, el corte y confección y los arreglos de los trajes típicos.
Se hacían algunas señoras, a medida, los trajes típicos de Salamanca, el afamado traje CHARRO, con todas las letras, ¡sí señor!, que no sé si será el más bonito de España, pero seguro que es el más costoso de hacer, con tanto abalorio y lentejuela, que si el jubón, que si la esclavina, el mandil, el manteo, el pañuelo de los hombros, las medias caladas, los peleles, etc. etc. Pues eso, que había quien pagaba y había quien se dejaba los ojos en los hermosos bordados; para aquellos años no solía haber instalaciones preparadas para esos menesteres, así es que se hacía en un local a donde las jóvenes, como rutina, acudían a coser.
En este caso la infraestructura se reutilizaba para el negocio inquebrantable de la funeraria, bueno funeraria, funeraria… no sé, aprovechaban el espacio para colocar los ataúdes, alguno que otro amontonado uno encima del otro, y uno de exposición subido en borriquetas, en algún lugar habría que ponerlos, que entonces no se conocían ni los tanatorios, y allí es a donde iban nuestras madres y tías a coser, por ejemplo mi Madre Pepa, y mi tía Fore.
Viendo que no había mucho a donde ir a divertirse algunos jóvenes hacían de las suyas a donde podían, cualquier lugar era bueno, un inciso, nuestros jóvenes de entonces hacían botellones, no como los de ahora, pero sí que compraban una caja de caseras y se reunían alrededor de ella para beber y hartarse de reír, a lo que íbamos, después de reunirse unos pocos a alguno se le iluminó la cebolleta que tenían por cabeza, y pensaron en gastarle una broma a las mozas que estaban a punto de entrar a la costura.
En esas andaban ideando su fechoría, para cuando llegó la hora de entrar las señoritas ya habían montado su gatuperio (embrollo) se quitaron del medio disimuladamente, serios y muy formalitos esperaron a recoger los resultados.
Entran las chicas calladas, como quien entra a misa, es normal, lo de tener ataúdes en el local no era frecuente, y si encima no estaban acostumbradas a ver muchos entierros, pues eso, que ni televisión había para haber visto películas sangrientas de Drácula ni zombis, o sea que no estaba curadas de espanto.
Se sientan, empiezan con sus hilos y cosidos, alguna empieza una conversación tímidamente, cuando se oye un ruido extraño…
¡FRUFRÚ-FRUFRÚ!. (El ruido de la seda o del nailon al rozar)
- ¡Calla que se oye algo!
- ¡Amos anda que se va a oír!
Y el ruido para. Vuelven a tomar confianza y retoman la charla y vuelven a oír un ruido raro… como de rascar y gemir…
¡RAS, RAS, RAS! ¡GRRRR!
-¡Aquí hay alguien!
-¡Pues yo no miro!
-¡Mira tú detrás de las cajas!
-¡Mira tú, que tu padre es guardia civil!
- ¿Y eso qué tiene que ver?
Ahí es cuando se oye un intento de carcajada disimulado, con un gemido largo.
¡JJJJJGRRRR!
Todas se ponen en pie, intentan mirar a ver si hay alguien detrás de las cajas, pero sin moverse del sitio, nada, ni debajo, ni detrás ni delante, ni encima, la intriga estaba servida, ya sólo les queda intentar mirar dentro, pero… ¿quién va a ser la valiente?
-¿Quién anda ahí?
Nadie contesta, tan solo un sonido de rascar madera con las uñas.
¡RAS, RAS, RAS!
-Dios mío ¿habéis oído?
- ¡Sí, ahí hay alguien!
- ¡Mira que si han dejado a alguien dentro y no nos han avisado!
-¡Pues yo no miro!
- ¡Yo tampoco!
Cuando más inquietas estaban, con el corazón palpitando del miedo, con los ojos de par en par mirando para las cajas, un joven muerto de risa les salta por la espalda dando un grito de:
¡GUAAAAAA!
¡AAAHHH!
¡AAAHHH, AAAHHH! ¡AAAHHH, AAAHHH!
¡AAAHHH!

Ni que decir tiene que el susto fue mayúsculo, se dieron la vuelta de repente dejando las cajas a su espalda para ver qué o quién era y sale otro dentro de la caja dando otro ¡GUAAAAAA!
Se dieron de nuevo la vuelta para dirigir la mirada al nuevo sonido, el ataúd que se abrió, ahí alguna ya se desplomó, las piernas les temblaban, la boca seca, los nervios a flor de piel, tardaron un poco en sobreponerse del susto, hasta que reaccionaron y reconocieron las caras de los infractores de la fechoría pasó un buen rato.
Los chicos se quitaron pronto de la vista de las jóvenes, y las dejaron con el susto en el cuerpo. Sí, porque si se quedan…
Ya ven, las anécdotas verídicas que ocurrían en nuestro querido pueblo de La Fuente, con sus gentes llanas y a veces traviesas, y quedan de recordatorio para contar cuando se está lejos de la tierra y la morriña hace mella.

P.D. Gracias a que el chorizo de Salamanca lo hay ya en todas partes, y con un buen cacho de pan, una buena tajada de chorizo culero, y un vaso de vino, se quitan todas las penas. Estoy pensando en comprarme un porrón, como el de mi tío Pompeyo, el hermano  de Teresa la cachurra.



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