lunes, 13 de mayo de 2013

Crónicas de una Cazurra VI


Bares, qué lugares, como decía la canción de Gabinete Calgary.

La primera vez que yo entre en un bar fue en el bar de Jorreto, aquello era... cómo explicarlo, aquello era para mí otro mundo, era mitad Londres mitad el oeste americano.
Me explico, una vez que abrías la puerta de entrada y nada más pasarla ya te topabas con un gran cortinón oscuro, una vez que cerrabas la puerta ya podías pasar al otro lado de la cortina, aquello era como entrar en otra dimensión, oigan, una humareda impresionante, parecida a la niebla de Londres (aunque sea más mito que verdad lo de la niebla de Londres) y se parecía a las películas del oeste con tantos hombres pegados a la barra, sujetando el vaso de whisky, en este caso eran "chatos" lo que tomaban nuestros paisanos, había un bullicio de gente como yo nunca había visto antes, el lugar era novedoso para mí, no se estaba mal, era calentito, y tenían un "agua" especial con sabor a naranja y con burbujas que picaban en la nariz, tanto me gustó el agua de allí que cada vez que pasábamos por la plaza me daba una sed impresionante, y le decía a mi padre:

- Papa, tengo sed, mucha sed.

-Ahora llegamos a casa y bebes.

- Que no papa, que yo tengo sed del agua de los bares.

Así es como descubrí las bebidas gaseosas tan dulces y exquisitas, la naranja era mi favorita, era y sigue siendo.
Tiempo después descubrí un mundo lleno de magia en el bar de Abilio, en la calle, desde la puerta, quedé prendada del mundo de imágenes y sonidos que salían de un novedoso invento: La televisión.
Dicen que por el año 1956 se inauguró en Madrid con una misa, con Coros y Danzas y el famoso NODO.
En 1959 la señal de TVE llegó a Barcelona a tiempo para retransmitir un Barça-Real Madrid.
A partir del 1961 se le quita el impuesto de lujo y se empiezan a comprar a plazos, así es como llegaron a los más afortunados, a los bares y clubes, pero a lo que íbamos:
Fue pasar por la puerta de Abilio y se iluminó todo mi mundo con una explosión de imágenes en movimiento, qué cosa tan bonita, flores con formas como yo nunca había visto antes, me quede prendada de aquel invento.
Yo me preguntaba cómo puede Abilio tener esa preciosidad y no mirarla, él estaba en sus quehaceres detrás de la barra como si eso fuese normal.
Por cierto, Abilio tenía piernas, sí, sí, que yo lo vi un día andando por la calle.
Verán, estaba yo jugando a correr por los carros que montaban en las fiestas del Corpus, carros que entrelazaban formando un circulo, hacían unos escalones un carro con otro, así montaban lo que se parecía a una pequeña plaza de toros.
¡No vean lo bien que lo pasábamos los chiquillos corriendo en círculo por encima de los carros dando vueltas y vueltas!
Pues eso que en una de esas vueltas vi a Abilio andando, como siempre lo veía detrás de la barra aquello era un impacto grande.

Llame a mi padre a voces:

- ¡Papaaa! ¡Papaaa!

- ¡Queeeeeeee!

- Abilio.

- ¿Y qué?

- ¡Que está aquí!

- Si, ya lo he visto.

- Que se ha salido del bar, y tiene piernas.

Aquello era tan sorprendente que me parecía imposible, mi padre que me miró con cara rara como preguntándose si había oído bien o no sabía de qué estaba hablando yo, pero siguió con lo suyo sin hacerme caso, todo lo que dijo es:

- "Siiii, vaaaale".

Cosas que pasan en la plaza, cada uno va a su bola.

Ablando de plaza...
Un año cayo tal nevada que la plaza parecía Alaska, seria por el 62 más o menos, como lo oyen, aquello fue el año de la gran nevada, era un horizonte blanco de nieve que me llegaba a la cintura, miren si era alta que tuvieron que hacer un camino para atravesarla.
Bueno si lo vemos desde la perspectiva de una niña de dos o tres años, quizá cambie un poco la medida, aun así nunca antes se había visto una igual, de ello hablaba la gente por todas partes a dónde íbamos.

¡Vaya nevada!



Pero lo que más me gustaba de la plaza era cuando andábamos en fiestas, la gente era más generosa, me refiero a los familiares, que estaban más dispuestos a soltar la perra gorda a los sobrinos.



El único lugar que teníamos para gastar era el quiosco pequeñito de madera que tenía una señora llamada Teodora, creo que era la madre de Maxi, (si me equivoco corríjanme).
Por cierto, Maxi fue un joven rubito y guapo, era el esposo de mi amiga Mari Jose, peluqueros de profesión, Mari Jose siempre ha sido una mujer hacendosa y responsable, ya de niña parecía toda una mujer en sus modales y forma de ser.
A lo que íbamos:
Yo cuando veía a mi tía Loreto agarrada del brazo de mi tío Arsenio paseando por la plaza me decía para mis adentros: " A ver qué me dan... A ver en qué me lo gasto...

En qué iba a ser, en restralletes, eran unas gotas (del tamaño de lacasitos) de una sustancia dura rojizo-amarronadas pegadas en línea en una cartulina, cuando cortabas un trozo de cartulina con una gota de esas y la raspabas contra el suelo chisporroteaban, eso era todo lo que hacía, pero a los niños nos gustaba aquella tontería.

O si no el chicle redondo de tres pisos llamado bazooka, los que eran planos y cuadrados traían una tira de cómic pero algun@s no sabíamos leerlos.



Mi tía Loreto ahí donde la ven, en aquellos tiempos, era un perdigón, estaba todo el día faenando, cultivaba unas coles, o berzas, enormes, vamos que si te ponías debajo de una te daban hasta sombra.
Un día que andaba en sus cosas atareada se le ocurrió comprar un colador moderno, de plástico, como los antiguos eran de metal pues se lo compró plastificado, más mono y modernito, andaba hirviendo las grasas del cerdo para hacer manteca y necesitaba colarla, ¿ya imaginan que pasó? pues sí oigan, cuando acabó de colar la manteca se puso a mirar fija al colador porque lo veía un poco raro, miró a la manteca y se echó a reír diciendo:

- "Amos anda, manteca con tropezones"

Se partía de la risa la mujer, mi tío era más serio, mira si era serio que ya de mayor pasabas por su lado y ni te hablaba, no es porque no quisiera hablarte, no, el caso es que no te veía bien, hasta que le recetó el médico unas gafas no empezó a saludar, oye, que cambio más grande con las gafas, cuando le preguntaba a mi tía Loreto por el tío Arsenio, le decía:

- Tía, ¿y tío Arsenio?

- Ahí está, que se ha puesto las gafas.

- ¿Qué va a leer o ver la tele?

- Amos anda, pues sí, lo que se va es a dormir, que se pone las gafas para dormirse.

Mi tía se partía de la risa.
¡Qué efectivas las gafas, además de ver mejor también dan sueño! Me decía yo.
Mi tía Loreto también sufrió mis travesuras, aún recuerdo cuando le vaciamos el pilón de agua que tenía para lavar la ropa, lo llenó para que se calentara un poquito con el sol y después poder lavar mejor la ropa; con una "pelea" de mojarnos entre su sobrino Cipri y yo se lo vaciamos. Mi culpa no fue, que yo fui la peor parada, tres veces me tuve que cambiar de ropa porque salí empapada, claro él jugaba con ventaja, era mayor y sabía cómo poner las manos para que el agua le durase más tiempo en ellas hasta lanzarla contra el objetivo, y el objetivo era yo, claro.

Pero claro Mari Pili era la culpable, como con los peces de mi tía Inés, que pasó tres cuartos de lo mismo, pero eso es otra historia y hoy es tarde para contarla.


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