martes, 21 de mayo de 2013

Crónicas de una Cazurra VII




Lo de los peces de mi tía Inés, la mujer de mi tío Ubaldo, no fue mi culpa, de verdad que no, oigan créanme, yo dejé a los peces vivos en el pilón, si se murieron sería de aburrimiento porque el pilón era pequeño y no tenían a dónde ir los pobres peces, ni una sombrita, ni un matojo, ni nada, tan sólo un pilón de piedra y encima expuesto al sol.

Los dos peces creo que eran carpas, de color salmón y blancas, muy bonitas y grandes, tan grandes como la medida de un codo, (44.5 cm) bueno, un poco menos, digamos que un codo de niña pequeña, es que en temas de pescados me pasa como a los pescadores, lo que es una sardina dicen que es un atún de metro y medio, en fin, que no sé cómo llegaron al pilón las dos carpas.
Mi abuela y mis tíos, los Bolaños, vivían en la fábrica de piensos que estaba al lado de la estación, (hoy meras ruinas, sobre todo la fábrica), yo en más de una ocasión me quedaba a dormir allí.
Cuando hablo de la fábrica se me encoge el corazón tanto como a ustedes mencionar la estación ¿verdad que sí?
En fin, que allí estaban los peces que parecía que me hablaban, abrían la boca y la cerraban continuamente, yo intentaba decirles cosas pero si me arrimaba salían corriendo, bueno nadando para ser más exactos, para que me escuchasen no me quedaba más remedio que pararlos cogiéndolos en su huida, y los cogía rápido porque como dije antes un pilón es un pilón, y no da mucho de sí, como mucho sería de 1 x 0'50cm.
Oigan, ¡qué resbalosos eran los condenados!
Tenía que apretarlos entre mis manos para que no se me escaparan, si no me andaba con cuidado me pegaban cada coletazo y cabezazo que me dejaban que no sabía de donde salían las tortas.
Lo que más gracia me hacía era ver cómo abrían la boca sin dientes, sé que no los tenían porque les metía el dedo en la boca y no mordía.
Allí me pasaba las horas con ellos, toda la gente que pasaba por mi lado me decían que dejara en paz a los peces:

- ¡Mari Pili! ¿Ya estás otra vez con los peces? (Decía mi tía Inés)

- ¡Mari Pili! ¡Deja a los peces tranquilos! (Mi tío Ubaldo)

- ¡Mari Pili! ¡Como te vea tu padre te calienta! (Tía Pili y tía María)

Lala, mi abuela Pilar, no me decía nada.
¡Qué guapa era Lala!
Con su pelito recogido y blanco como la nieve y sus ojitos azules como el cielo, qué mujer más dulce era Lala.
En fin, que no me dejaban tranquila con los peces, yo me ponía chorreando
pero me lo pasaba bien en el pilón intentando meterles el dedo en la boca a los dichosos peces resbaladizos.
Cuando me fui para mi casa, en el pueblo, los peces estaban vivos, de verdad, días más tarde me entere que habían muerto y las culpas a Mari Pili, cómo no.
Total que me quedé sin juego, bueno miento, tiempo más tarde llevaron unos chivitos, qué divertidos eran esos, no se dejaban tocar, pegaban unos saltos enormes y siempre parecían contentos, se pasaban balando todo el día.
No murió ni uno, no vayan a pensar... Que ya me conozco el tema... Y luego las culpas a Mari Pili.
Para mí, el ir a la estación, era un delirio, primero porque iba a mi segunda casa con mi familia, y segundo porque el paseo era muy agradable, salías del pueblo por el camino viejo de tierra, atravesabas las vías del tren, (en una vista panorámica de izquierda a derecha quedaba así) pasabas por un callejón y se abría una explanada en la que tenías tu plaza particular, a la izquierda estaba el tenado con los camiones y la entrada a la fábrica, y al frente tenías un ¿cuarto de baño? ¿Se podrá llamar así?
Era un habitáculo con fosa séptica, un murito rectangular tapado con una madera y dos o tres agujeros, (no les recomiendo que respiren a fondo en estas líneas) al lado las dos casas de los Bolaños, la de Lala y mis tías, y la de mi tío Ubaldo con tía Inés y los dos primos, a la derecha los lavaderos y corrales seguido de un muro alto de piedra y un portón de madera que te llevaba a la carretera general.
¿La descripción les parece pesada?
Tendrían que leer a Ken Follet en su libro "Los pilares de la tierra" que menciona cada muro de piedra por nombre y cada viga de madera de una catedral entera, y cada monje o Abad por nombre y rango, terminas no sabiendo si el monje cocinero era de piedra o de madera.
¡Que mareó, por Dios!

Un día fuimos a pasear mi tía María y yo por los arcenes del tren y me dice mi tía:

- Mari Pili, ¿Vamos a coger los huevos negros del tren?

- Sí, tía.

Lo de "tía" es porque era mi tía no porque yo hablase de forma chabacana.
Y lo de los huevos del tren no era por ser muy macho el tren, no pensemos mal, era porque el tren cargaba unos huevos negros de carbón mineral, creo que lo llamaban hulla, y alguno se les caía en las vías, cosa que aprovechábamos para recoger y ponerlo en el fogón de cocinar. Hulla


Por cierto, los fogones eran de un metal negro y dorado, contenía dos habitáculos para poner la leña o el carbón para cocinar, y otro aparte para llenarlo de agua, hasta tenía grifo, así había agua caliente para el uso diario.
¡Qué bonita cocina! Creo que le decían "bilbaína" por el hecho de fabricarla en Bilbao.
¡Pero qué incomoda de mantener!
Al ir para casa, tía María y yo, dimos un rodeo por la parte trasera de la fábrica, terminamos en el cruce y volvimos por la carretera a la fábrica de nuevo.


Al llegar le pregunta tía Pili a tía María:

- ¿Habéis estado en la carretera? (Dijo tía Pili)

- Si, y no sabes cómo está de coches. (Dijo tía María)

- ¿Sí? ¿Cuántos habéis contado? (Dijo tía Pili)

- ¡Uf! Un montón, menos mal que no tuvimos que atravesarla.
Dile, dile Mari Pili cuántos coches hemos visto. (Dijo tía María)

- Tres, tía, tres coches. (Dije yo)

- Yo conté cuatro, cuatro en una hora. ¡Qué barbaridad! (Dijo tía María)

- ¡Sí, qué barbaridad! Llegará el día que no podamos pasear por ella. (Dijo tía Pili)

Si es que la carretera en esos días era para dar paseos, que iba un coche... te retirabas un poco y el coche pasaba por medio de la vía, que venía otro al rato... lo mismo.
Desde lejos se veían venir y había tiempo de saber quien conducía, como eran contados los que lo tenían... pues eso, que daba tiempo a preparar el repertorio de los saludos:

- ¡Adiós fulano!

- ¿Queréis qué os lleve?

- No, que estamos de paseo.

-¿Cómo está la familia?

-¡Todos bien! ¿Y la tuya?

- Ya sabes, con achaques los abuelos, pero bien.

- Dales saludos, diles que nos acordamos mucho de ellos.

- Vale se los daré, a ver si os pasáis a tomar café.
(Aquí bajaban la voz gesticulando para decir: que no es de achicoria, nos trajeron del de es-tra-per-lo, del bueno, de Portugal)

- Vale por allí nos pasamos

Oigan todo esto sin parar el coche, así daba gusto de saludar a los viajeros, daba tiempo hasta de preguntar por la familia y todo.

Mi tío Sinfor por aquel entonces conducía un camión de la fábrica de harinas, y en las fiestas del pueblo lo llenaba floreándolo de ramas y de gente, se paseaba por la carretera y la plaza formando bullicio, a mí nunca me montó, supongo que yo era demasiado pequeña para subir en él.

Aunque sí tenía un coche, un coche propio, de color negro, parecía de esos que salen en las películas de Al Capone, lo guardaba en la fábrica debajo del techado, yo vi el coche y entré en él cuando nadie me vigilaba, cerré la puerta y como tenía llaves puestas le di al contacto.
¡Oigan, qué susto cuando el coche arrancó, pensaba que ni arrancaría, menos mal que ni se movió que si no me hubiese estrellado!
Salí pitando de allí en cuanto se caló el coche por si al ruido de motor se arrimaba alguien y ya tenían excusa para reñirme.

Lo único que se me ocurrió fue meterme dentro de una máquina grande y amarilla
que estaba a la intemperie, creo que era una beldadora, de esas para bieldar el grano y separarlo de la paja.
Allí dentro pasaba grandes ratos sola, me hacía meditar y sentir la soledad, que de vez en cuando era bueno.
Por cierto, al lado de esta máquina había un pozo, y según mi abuelo Juan Sánchez, al que no conocí, decía que después de la guerra civil, la del 36, muchos de los hombres que dejaron su servicio, y para no tener problemas, tiraron sus armas al pozo de la fábrica.
Según mi abuelo, durante la guerra, al tener noticias de que las tropas andaban cerca de Fuentes muchos del pueblo cogieron sus carros con la familia y algunos enseres, y se tiraron al monte, porque las tropas (no me pregunten cuales, si las rojas o las verdes o las amarillas) pasaban por Fuentes y podría haber problemas, así que tanto los abuelos, mi padre, y tíos, se adentraron en el monte para ponerse a salvo.
No sé cuántos días estarían fuera de casa, supongo que hasta pasar el peligro.
De la fábrica les contaría que tenía "ángeles" molestos que pululaban por la noche en los techos de la casa, yo un día vi uno pero no me gustó nada, tenía una cola muy larga ¡Puag!
¡Qué feo era!

Pero hoy es tarde para contarlo y hay que descansar.

No hay comentarios:

Publicar un comentario