martes, 23 de abril de 2013

Crónicas de una cazurra IV




Por los años sesenta y dos, y digo esos años porque antes yo no tenía conciencia de nada, vamos que hacía tres años que había nacido, en el pueblo ya teníamos un sistema de recogidas de basura, sí, teníamos un señor que recogía las basuras, que si no recuerdo mal se llamaba Avelino (si me equivoco corríjanme ).
No sé bien si era productivo su trabajo, permítanme que lo dude, me explico, que digo yo que con los apuros económicos que andábamos pasando en Fuentes y con los animales domésticos que casi todos teníamos en casa, unas gallinitas, o algún conejo, algunos tenían un cerdito, y vacas los que disponían de sitio y recursos, que eran los menos, pues eso, que las sobras, que encima eran pocas, se las echaban a los animales, y si encima añadimos que el pan, la leche, y algunos alimentos más que carecían de envases, no sé qué se llevaría ese hombre.
Por no tener no teníamos ni bolsas de basura, un cubo de metal pealo y mondao le dábamos al basurero que lo vaciaba en el carro directamente. - Carro de madera de tracción animal, como el de Afro pero más pequeño-.
Ahora que caigo, si no teníamos agua corriente...
Tampoco teníamos retrete...
¿Qué hacíamos con los deshechos?
¡No!
¡Imposible!
No creo.
¿No?
¿...?
Bueno, en mi casa teníamos un corral, allí ibas y cuando terminabas cerrabas la puerta al salir y desaparecía, ¿...?
Si es que éramos más ecológicos y mirábamos más por el medio ambiente.



Mira si por no gastar recursos naturales ya economizábamos hasta en agua, sí, nos bañábamos una vez por semana, no es que fuésemos poco higiénicos, no, es que no disponíamos de duchas, ni de bañeras, ni gel siquiera, bueno miento, el champú del pelo era "Sindo" y no venía en litro, a mi casa llegaba en una especie de rombo plastificado que nos daba para dos usos, eso para el pelo, para el cuerpo jabones caseros la mayoría de las veces, y la famosa pastilla de "Magno", que olían a gloria, sacábamos un barreño de zinc que poníamos en mitad de la cocina, una olla grande de agua hirviendo y otra de fría y ese era todo el baño.
Además, de haberlo hecho más a menudo, lo del baño, no habría ropa suficiente para cambiarnos, tengan en cuenta que los recursos eran escasos, y nuestras madres no disponían de lavadoras, un pilón de agua y una tabla de madera y raca, raca, raca, a enjabonar, a solear para quitar las manchas, regarla para que no se vuele y siga su proceso, a aclarar y tender.
Por cierto, los zapatos era otra cosa, duraban massssss, ¡ufffffff!, cómo duraban, el tío de mi madre, Vicente "Zapatero" (e.p.d.) el marido de tía Sofía, nos arreglaba los zapatos que comprábamos, -matrimonios como ese pocos, oigan, de unidos y longevos-.
¿Se acuerdan de Cipriano el Zapatero? (e.p.d). Tenía una zapatería, allí en Fuentes. Ese fue el culpable, sí señor, el culpable de mi afición a leer cuentos y cómics, ya lo creo, solía regalar unos cuentos pequeñitos, vamos que me cabían en la palma de la mano, cada vez que me comprábamos un par de zapatos. Lástima que durasen tanto aquellos zapatos. Con lo que yo me esforzaba para recibir otro cuento, oiga, que ni me dio tiempo para hacerme una colección.
¡Qué tiempos!
En lo que nos entreteníamos los niños era jugando en la calle hasta que los padres al atardecer nos metían para casa, si era verano nos sentábamos en el rebate de la puerta con algunos vecinos y a charlar, si las abuelas intuían que las conversaciones pasaban a mayores nos obligaban a entrar para la casa.
Eso pasó una noche que estábamos todos los niños aún en la calle canal, estaban Guadalupe la panadera y su hijo José Mari, mi tía Fore y mis primos Tito, Toño y Enrique, (curros), mi madre Pepa, mi abuela Aurora y yo, alguno más de los vecinos de la calle, quizás Arturo, y Chindas que este no faltaba en todos los tinglados, era muy querido y apreciado Chindas.
Pues eso, que la conversación de entretenida que estaba pasó a chistosa, y ya conocemos a Chindas con sus chistes, empezaban a subirse de tono, mi abuela que intuía que no iba a parar la cosa no sabía cómo disolver tal chiquillería y no se le ocurre otra cosa que decir:
- " He visto pasar a la loba, y no viene sola, que viene con el lobo, por el callejón de Fore". (Para entonces los lobos proliferaban por esos campos y se arrimaban a los pueblos en busca de gallinas. Los destrozos que hacían eran grandes y las historias para meter miedo lo eran más, fueran ciertas o no).
Dejó caer aquello como una bomba en medio de cinco o seis pequeños y muy impresionables, porque los mayores serían cuatro o cinco y encima no reaccionaron.
Se hizo un silencio de repente...
Miraron con recelo para donde se había indicado...
Claro, la culpa era del ayuntamiento, como siempre, que una bombilla en toda la calle no era mucho que digamos, deja muchos huecos sin iluminar.
Ver, lo que se dice ver, pues que no, no vimos nada, solo las sombras oscuras que estaban sin iluminar en la calle, pero alarmarnos sí que lo hicimos, nos pusimos a cubierto, yo la primera que me metí para casa como un rayo, supongo que a buscar el refugio mío, debajo de la cama.
Siguió un griterío...
El llanto de José Mari, el de Guadalupe, que daba botes del miedo...
Su padre, el señor Antonio, (que ya estaba en la cama durmiendo por aquello que para hacer el pan hay que madrugar), salió asustado a ver qué pasaba...
Mis primo Tito llorando que tiraba de la mano de su madre para irse para casa...
El resto de los niños inmóviles y acongojados del miedo...
¡Se montó la marimorena!
Hasta Chindas, que ya era mayorcito y encima un miedoso, no se atrevía a irse para su casa, el corralillo, porque tenía que pasar por la orilla del callejón de mi tía Fore.
Mi madre que conocía bien las cosas de mi abuela se prestó a acompañarlo hasta su casa.
Total que se formó el jolgorio en la calle, la diversión se acabó y de una forma estrepitosa.
¡Las cosas de mi abuela!
Si es que nos tenían traumatizados a los niños, así estamos oigan.
Menos mal que al menos reponíamos fuerzas con la leche en polvo que nos mandaban los americanos.
Pero eso es otra historia y hoy no hay tiempo para más.










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