domingo, 7 de abril de 2013

Crónicas de una cazurra


Soy fuenteña de pura cepa aunque tenga trazas de Andalucía.
Ya saben, como las conservas donde dice:

Ingredientes: Salmantina, charra, de La fuente de San Esteban, cazurra de pura cepa.
Y en conservantes: puede contener trazas de andaluza, boquerona de adopción para más seña.
Quiero contar una anécdota, una hipérbole, que ocurrió en La Fuente de San Esteban hace mucho, mucho tiempo, allá por los años cincuenta.
Qué barbaridad ¿tanto ya?
¡Si por ese entonces yo no había nacido!
Me la contó mi tía Fore (Esposa de Manolo, curro, que en paz descanse)
Si en algo he exagerado la historia pido disculpas, ya se sabe, Andalucía atrapa y más en los relatos que contamos.
Como iba diciendo:
Por aquellos años, los cincuenta, en los que la guardia civil patrullaba en bici o andando y la luz de las calles se limitaba a una bombilla con una especie de plato boca abajo que colgaban de una cornisa, eso sí, se ponía estratégicamente en una esquina para que diese luz a cuatro calles a la vez, un montón de cables a modo de serpentina pasaban de casa en casa que abastecían a los hogares, unos interruptores de cerámica en la pared a los que había que darles “un pellizco” o una pera enroscada a la cabecera de la cama, esa era toda la instalación de luz que teníamos.
¡Benditos tiempos! ¡Qué recuerdos!
No había agua corriente, una tinaja que se llenaba de cuando en cuando a base de cántaros, y se recogían de la única fuente para todo el pueblo, eso era toda el agua corriente.
Que necesitabas agua en las comidas... el jarrillo de lata que se llenaba de la tinaja.
Que tenías que lavarte... la jarra de porcelana y la palangana.
Que necesitabas para fregar... un bañito de lata con agua limpia para los platos, si era para el suelo... aprovechabas el agua de la palangana.
¡Eso era ahorrar! ¡Sí señor!
El agua de la lluvia era magnífica para lavar la ropa, se recogía en un bidón puesto debajo de un canalón.
¡Qué recuerdos!
Las mujeres de pañuelo en la cabeza y con sus eternos lutos, los hombres muy formales y con boinas negras.
¡Qué tiempos!

Bueno a lo que iba:
En aquellos tiempos las mujeres eran muy cumplidas, no es que ahora no lo sean, pero daba gusto ver a nuestras madres y abuelas yendo a la casa del festejo para dar la enhorabuena o del duelo para el pésame, tan recatadas... Tan serias... Tan agarraditas del brazo y conversando en voz moderada...
¡Qué majas!
Pues eso, que fueron algunas mujeres, entre ellas mi tía Fore, de visita, a ver a una conocida, quizás para una visita de cortesía, quizás para dar un pésame, no lo recuerdo bien, el caso es que viendo que el tiempo auguraba agua, (solo había que mirar al cielo para saberlo, que por aquel entonces no había telediarios indicándolo, si acaso una radio y el que podía permitírsela) se apresuraron éstas para ir y volver antes de que la tarde se cerrará y empezará a llover.
Con pasos firmes y charla entretenida llegaron a la casa en un santiamén, todo hay que decirlo, el pueblo era pequeño y si corrías te salías de él sin darte cuenta, vamos que te encajabas en los huertos o en la estación.

Llegaron a la casa...
Llamaron con moderación...
Un saludo cordial a la anfitriona...
- Pasa, pasa, anda maja... Pues mira que... Con el tiempo como se está poniendo mira que molestaros en venir...

Entran todas atentas a las indicaciones de la dueña, por si indica hasta donde pueden pasar de la casa, y se las lleva hasta la cocina en la que hay una mesa camilla, como son de confianza es el lugar más idóneo, además tiene la copa del brasero encendida y removiendo el cisco con el badil se sentaron todas al calor de la mesa.
En la casa estaba un hijo llamado Atilano, al ver que llegaba visita femenina se alzó apresurado de la silla para recibir educadamente al personal, y disculpándose se retiró alegando que tenía menesteres que atender dejando paso a las señoras que supuso que estarían más cómodas sin su presencia, y aprovechó para salir a tomar unos vinos a la plaza.

- Madre que voy a ver a uno del trabajo, ahora vuelvo.

-¿Dónde vas a estar? -dice la madre-

- No sé, a donde Abilio o Jorreto o Angelita la burrera. -dice Atilano-

- Ponte algo por encima que parece que va a llover. -dice la madre-

- Voy ahí mismo, con la chaqueta me vale. -dice Atilano-

Se coloca una chaqueta por encima, se despide amablemente, sale hurgando en los bolsillos en busca de su tabaco picado, caldo gallina, y cerrando la puerta tras de sí empieza a preparar para hacerse el cigarrillo.
Entre tanto en la casa se quedan las mujeres enfrascadas en su charla, que si come una perronilla… Que no cojas moritos que se han puesto un poco duros que son del corpus pasado… Que si quieres un anís... Anda hija arrímate al brasero que te calientes... Que no me puedo arrimar mucho que luego me salen cabrillas...

En esas andaban cuando un relámpago hizo acto de presencia iluminando la estancia, enmudecieron de repente como si esperasen algo más, y apareció, ya lo creo que apareció, le siguió el inevitable trueno haciendo que a más de una se le escapase un grito del mismo susto que se llevó.

-¡Dios bendito! -dijo una-
¡Madrita, que susto nos ha dao! -dijo otra-

Alguna se santiguaba en señal de protección viendo la virulencia de la tormenta.
Se quedaron en silencio de repente, a la espera de que si lo siguiente era el aguacero mal lo llevaban pero...
¡Oye! Con tan mala fortuna, que en el desván, un jamón mal colgado, y al estallido del trueno, debió de aflojar la alcayata medio mal puesta, y cayendo éste sobre el suelo de madera metió tal ruido que acabaron las mujeres asustadas pensando que alguien andaba por el desván.

- ¿Quién andará por el desván? -pregunta una-

- Nadie, si estamos solas -dice la anfitriona-

-Mira que sí han entrado a robar... -dice otra-

- Anda, anda, quita, ¿quién va a entrar?-dice la anfitriona-

- Mira que yo he oído que robaron el baúl de la iglesia con las ropas de la virgen y lo encontraron en la estación lleno de uñas y sangre porque no pudieron abrirlo. -comenta otra-

- ¡A que ton van a venir! Amos anda, aquí no hay nada que robar, espera que cando la puerta y así estamos más tranquilas.
El chaparrón empezó con fuerza pegando contra los cristales y como si fuese lo siguiente que esperaban se relajaron un poco comenzando a hablar de nuevo.
El aguacero parecía no tener respiro, era como si en todo el año no hubiese caído ni gota.
¡Oye, qué aguacero!
¡Las gotas como boinas de nuestros abuelos!
En poco rato ya tenían los charcos y barrizales de costumbre, como las calles no estaban empedradas... Y mucho menos asfaltadas... Vamos que ni un cacho de acera para no pisar barro.
Era tan molesto eso que provocaba que los viandantes anduviesen por las calles dando saltitos y esquivando el barro. ¡Ni que estuviesen jugando al ajedrez!
A todo esto seguía tronando, las mujeres paraban de hablar a cada relámpago, tan sólo rompían el silencio cuando el trueno terminaba de petardear.
Se decían mirándose unas a otras:

- ¡Huy madrita! ¡Cómo se está poniendo la tarde!

- Ahora no podemos salir

- Bueno bueno, como vas a salir con este aguacero, deja que escampe un poco.

El siguiente trueno repitió en fuerza y estallido, tanto o más que el primero, eso hizo que la poca luz de la que disponían acabase por fundirse tanto de la casa como de la calle, ni fusible ni nada que arreglar, a esperar con la tenue luz de una mariposa, la intranquilidad y el miedo iba anidando en el semblante de las mujeres, que inquietas empezaban a pensar que la cosa se iba a alargar más de la cuenta.

Afuera, en la calle, Atilano no había llegado un poco más allá de la esquina, como se había entretenido liando el cigarrillo... pues le pillo que las primeras gotas le mojaban la picadura y el papelillo, y obligándolo a refugiarse debajo de un tejado para poder defender su vicio... pues eso, que le cayó el diluvio y encima, se vio sin luz para moverse con seguridad y con una oscuridad absoluta por la tormenta, pensando que se va a poner calado y que no ve por dónde anda decide darse la vuelta para casa.
No hace más que dar zancadas para evitar el chaparrón profuso y los charcos que se estaban formando, claro con sus pinreles del cuarenta y cinco hacia un ruido de chapoteo que se podía escuchar dentro de la casa, las mujeres al percatarse de que alguien corría hacia ellas pusieron toda su atención a ver quién entraba olvidando que la puerta estaba candada.
Empuja Atilano la puerta para entrar a toda prisa y choca de golpe contra ella, se percata que no puede entrar... el cigarro en la comisura de la boca que medio se quema.... que medio se le cae al suelo... que sí se quita las chispas de la barbilla y de la ropa... le impide llamar a su madre a voces para que le abra deprisa... aporrea la madera con ímpetu para que le abran rápido que se estaba calando… y estas que estaban esperando a oír quien era el que entraba olvidando el tranco de la puerta más se asustaron y empezaron a gritar, cuanto más gritaban ellas más aporreaba Atilano para que le abrieran, cuanto más aporreaba la puerta más gritaban ellas.

- Bueno bueno, no siento más, a qué tanto grito, parece que están todas bobas. -pensaba Atilano-

Viendo que no conseguía nada se cubre la cabeza con la chaqueta que aún estaba puesta sobre su cuerpo, se va a la parte trasera de la casa, por el corral, a donde hay otra puerta para poder entrar...
A esto que las mujeres muertas de miedo por los golpes bruscos y que no contestaba nadie a la voz de ¿quién anda ahí? se pusieron a resguardo, mariposa en mano, para huir por el corral si era necesario.
Claro, Atilano a toda prisa, la cabeza gacha atrapada con la chaqueta... Los hombros subidos por la tirantez de los sobacos... El cigarro chisporroteando... Dando zancadas largas... No tardó en darse de bruces con las mujeres que no paraban de gritar, viendo ellas que aquello se les acercaba, aquella figura deformada y sin cabeza, echando humo y chisporroteando... Fue el remate final para se formara la que se formó.
¡Un ataque de histeria, oigan!
Una vez calmados los nervios empezaron las risas nerviosas y los reproches.
Que si impavante...
Que si serán bobas...
Que te vas a enterar cuando venga tu padre...
El tío bobo, el susto que nos ha dao…
A qué ton viene esto…

Yo para mí que las gotas que había en el suelo del pasillo no todo era agua de la tormenta.

Y hasta hoy aquello se quedó de anécdota para contar a los sobrinos y nietos, son cosas que pasan en nuestro querido pueblo:
¡La Fuente de San Esteban!

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