martes, 30 de abril de 2013

Crónicas de una Cazurra V



Allá por los años sesenta y cinco o sesenta y seis yo tenía una amiga llamada Angelita (de apodo Angelita la burrera), como tenía que pasar por su puerta para ir al colegio solía ir a buscarla, me maravillaba ver a su abuela sentada en una silla mientras peinaba a Angelita que estaba de pie, le hacia la raya al medio, mojaba el peine en agua, le desenredaba su larga melena, la mujer tenía una palangana con agua que mojaba sus manos para hacerle las largas trenzas, terminaba el pelo con una doblez hacia arriba en las puntas y ponía una gomilla al final.
Aquello era una maravilla de trenza, sí señor.
Mira si la peinaba bien que salíamos del colegio y seguían impecables sus trenzas.

Allá que íbamos las dos con un cabás, un plumier y la taleguilla de tela con el vaso para la leche.




A mí el colegio me gustaba, pero lo que más me gustaba era la hora del recreo, no por el juego, no, era por la leche que nos daban a los niños, (no la leche de pegarnos, que también nos daban “capones” con los nudillos o bien” palmaditas” con la regla) era leche en polvo riquísima.
Algunas veces hasta podíamos repetir.
Aunque yo era pequeña me enteré de dónde venía ese producto, nos la regalaban los americanos por aquello de la deficiencia nutricional por culpa de la posguerra.
Parece que un tal “Curro” que mandaba en toda España aceptó leche en polvo y queso de los americanos a cambio de sentar las bases, yo lo de las bases no lo entendí, no sabía si eran bases para concursos o qué, en fin, que yo la leche si la caté pero el queso ni lo vi.
Las madres, que en eso de labores eran muy apañadas, nos hacían una taleguilla de tela y nos metían un vaso de lata o plástico dentro, las más pudientes llevaban Cola Cao en su vaso, no es que en mi casa no se pudiera, lo que ocurre es que de haberlo puesto, en mi caso, habría terminado esparcido por la taleguilla.
Es que de despistada tenía un rato.
Hubo un tiempo que nos pidieron los maestros que nos comprásemos unas zapatillas blancas de loneta, camiseta y pantaloncito blanco, empezábamos a hacer gimnasia en el cole, a mí no me lo compraron, o sea que estaba vetada en eso de la gimnasia, pero mi curiosidad por ver qué se hacía en eso de la gimnasia era grande, al medio día cuando terminaba la clase unos hacían su gimnasia y otros se iban a casa.
Un día me quede a ver cómo era eso de la gimnasia, así que me puse la última de la fila, para que no me pudieran ver y no me expulsasen.
Digamos que aquello no me entusiasmo, pusieron a los niños y niñas en dos filas, pegados a ambos lados del pasillo, a la voz de "ar" un saltito, piernas abiertas y brazos en cruz, otro "ar" piernas cerradas y brazos arriba palma con palma, después de tres o cuatro "ar" yo ya me aburría, menos mal que el maestro dijo que tocaba andar a paso ligero, menos mal, cambiábamos de tema.
Paso ligero no era, aquello era un atropello de pisotones de talones, como iban pegados a la pared en un pasillo rectangular… pues eso que no daba mucho de sí, en fin que me fui a casa a comer.

Primero la regañeta por haber tardado tanto en llegar y segundo garbanzos con arroz o arroz con garbanzos para comer, cosa que no me gustaba, de segundo filetes, unos filetes enormes, de una cuarta de largo por cuatro dedos de ancho, qué ricos los filetes, lo mejor era la corteza durita que tenían por la parte de arriba que crujía y se desmoronaba en la boca, bueno algunas veces, otras estaba como goma de mascar y duraba un montón en la boca masca que te masca, como el chicle, oigan.
Mi primo Tito, cuando comía en mi casa, a la hora de los filetes se ponía taquicárdico perdido, no había manera de que los tragase.
Mi padre le obligaba a que se los comiera, menos mal que yo ya lo sabía y me ponía a su lado a la hora de comer, mientras él hacia como que se los comía yo por debajo de la mesa recogía lo que escupía disimuladamente y lo envolvía en una rodilla (paño de cocina) al acabar me iba al corral y se lo echaba a las gallinas.
No vean qué contentas se ponían con los filetes, venían todas corriendo; una vez se puso una gallina a cacarear de forma diferente, yo dije: Esta pobre se nos muere.

Mi madre que conocía el idioma de las gallinas me explicó que eso era porque la gallina estaba clueca, o sea que iba a incubar huevos para que naciesen pollitos.
Y nacieron pollitos, si señores, preciosos pollitos amarillitos, pero más fastidiosos que no veas, no había vez que jugando en mi corral no pisase uno, si es que estaban por todas partes, me daba la vuelta y ya tenía uno debajo, bajaba la cuesta del corral con el triciclo robado de mi primo y ya se me cruzaba otro, y claro la culpa era siempre mía, no de los pollitos, que eso decía mi madre.
Un día le pregunté a alguien, no recuerdo a quién, que si las gallinas eran rojizas oscuras... ¿por qué los pollitos salían amarillos?
Contestación: Porque son pequeños y en cuanto crezcan y sean gallinas serán como sus madres.
Yo que era preguntona para ese entonces dije: ¿qué hay que hacer para que crezcan?
Contestación: Esperar.
Yo que no me quedaba satisfecha seguía: Pero... ¿hay que esperar mucho? ¿Dónde van para crecer?
Miró para un lado, miró al otro, resopló, y dice: mira, los pollitos se van detrás de aquella escombrera, pasa un rato sale hecho gallina y ya está.
¡Por finnnnnnnnnnnnnnnnnn!
Me dio la solución a mis pesares con los dichosos de los pollitos.
Agarré un pollito me fui a la escombrera que era el sitio adonde se tiraban las cenizas de los braseros... ¿...? No había sitio para ponerlos detrás, quizás se confundió y quiso decir dentro, que para ese entonces no había televisión con Barrio Sésamo con eso de: “Detrás delante, arriba abajo, lejos cerca”.
A sí que lo tiré dentro de las cenizas, parece que se puso contento porque no paraba de piar y mover las patitas y las alitas y poco a poco se enterró.
Esperé, esperé y no salía la gallina, pensé que sería como con los gusanos de seda que tardan en salir de los capullos, viendo que el proceso tardaba decidí marcharme y volver al día siguiente.
Volví al otro día y nada, puse un nuevo pollito a ver si aquello estaba fallando, hasta tres pollitos puse y nada; una de esas mañanas veo a mi madre mirando al cielo, viene mi padre y le dice: Lorenzo, los pollitos están desapareciendo.
Cuando le iba a decir que estaban en el proceso de hacerse gallinas mi padre se pone mirando también al cielo y va y dice: Eso va a ser el milano que se los lleva.
¡Maldito milano! Y yo esperando a ver el cambio de pollito a gallina y viene el bicharraco y se los lleva, nada que no conseguí ver el proceso.
En fin, que así pasaron los días, hasta que llegó la moda de las jaulitas para grillos, pero bueno eso es otra historia y hoy ya no hay tiempo.




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